Amor al trabajo

24 febrero 2012

No sé por que será, pero siempre tengo el convencimiento de que trabajo más de lo debido; no es que me oponga a trabajar, nada de eso, me encanta, me entusiasma ocuparme en algo; hasta puedo permanecer sentado horas y horas pensando en estos placeres; me gusta tener el trabajo muy cerca de mí y la sola idea de separarme de una tarea me llena de congoja. Nunca podrán darme demasiado trabajo; acumularlo en grandes cantidades es casi una obsesión; mi despacho está tan lleno que no queda una pulgada de espacio libre; pronto no tendré más remedio que engrandecer la casa. Y conste que soy extremadamente cuidadoso; tengo asuntos que voy conservando amorosamente años y años y nunca les he puesto un dedo encima; siento gran orgullo hacia mi trabajo; de vez en cuando arreglo mis papeles, quitándoles el polvo amorosamente. ¡No hay quien conserve el trabajo mejor que yo; no, señor, no hay nadie! De todas maneras, a pesar de lo que me entusiasma trabajar, poseo un enorme sentido de la equidad que me hace no pedir más de lo que en justicia me corresponde por derecho propio, y no puedo tolerar que se me dé más de lo que deseo; (...)

Jerome K. Jerome
en Tres hombres en una barca (1889)

24 comentarios:

salvajuan dijo...

Trabajar, mengua, honra. Y todo lo demás.

Leandro dijo...

La honra por las nubes, vamos teniendo ya

Anónimo dijo...

En cierta aldea de nuestra región vivía un labrador llamado Paco Alcázar. No había ningún trabajo que le produjese tanta satisfacción como el cuidado de su campo. Sobre todo disfrutaba con la siega, y todavía más con la labranza. A veces, después de una dura jornada de trabajo, se apoyaba en su arado y, mirando el atardecer, pensaba: "¡Qué cosa tan curiosa, me he pasado todo este día labrando y nadie lo sabrá nunca! Pero si llueve bien, esta tierra dará su fruto y yo lo veré crecer y seré feliz..." En esas estaba cuando pasó por el camino un rico empresario hacia su coto privado de caza. Venía enormemente satisfecho, no cabía dentro de sí; el día anterior había cerrado un contrato millonario con el gobierno. Se decía: "¡No has perdido el tiempo, eh, viejo zorro! ¡Cómo te vas a forrar! Pero lo mejor de todo es que le digo al Presidente que haga esto y lo hace, y le digo al Consejero que vaya allí y va... Y los periódicos, ¡ah, los periódicos! qué noticia, qué foto!...¡No como ese pobre hombre de ahí, labra que te labra! Así nació y así se morirá. Y ¿para qué? ¡Nadie sabrá nunca de su existencia!

Leandro dijo...

Me temo que ninguno de los dos amaba tanto el trabajo como el Sr. Jerome

Anónimo dijo...

El trabajo es siempre un medio. Por ejemplo, en el señor Jerome, el medio para llenar su tiempo, ahí sentado, mirando su trabajo, y desviando la mirada de sí mismo. Pues, ¿que hay en su interior? Por eso se toma tan en serio su trabajo, no vaya a ser que...Por eso lo ama tanto (entiéndase bien: ama no el fruto de su trabajo, eso le trae al fresco, sino el trabajo, la actividad misma) Ese roce continuo y calculado, ¡es el mejor antídoto que ha encontrado para calmar la desazón que le causa la herida que padece!
Mi labrador ama el fruto y el medio y el tiempo que se le ha dado para producirlo. Simplemene, da gracias al cielo por permitirle trabajar y obtener así el pan de su trabajo.
El alma de tu Jerome es la hermana gemela de la del rico empresario. Aman, aman incluso con fruición, pero ¿el qué? Eso es lo decisivo.

Leandro dijo...

Pues yo creo que Jerome sólo estaba ironizando acerca, precisamente, de su alergia al trabajo

Anónimo dijo...

¡Cuidado, con la ironía! Puede utilizarse, siempre con moderación y sometida a dos condiciones: a)nunca para acercarse con ella a las cosas grandes de la vida (las iglesias, el partido, el arte de vanguardia no son cosas grandes). Y b) nunca como un fin en sí mismo. Es lícito destruir, incluso derribar hasta los mismísimos cimientos. Pero luego hay que levantar algo en ese solar que tan limpio ha dejado la ironía. En otro caso, la ironía es la mejor expresión de la nada.
Tu Jerome todavía nos debe su construcción.

Leandro dijo...

No estoy de acuerdo. En absoluto de acuerdo. La ironía puede ser un mecanismo de defensa, y como tal, un fin en sí mismo. Y un mecanismo de ataque a según que cosas, y como tal, un fin en sí mismo. Y además, alguien tiene que retirar los escombros o recoger la basura. O sencillamente indicar dónde hay basura. Enlazando con el discurso del Sr. Jerome... tampoco es necesario que haga uno solo todo el trabajo

Anónimo dijo...

La ironía en Voltaire: derriba, retira los escombros y levanta lo que él cree un edificio mejor, sobre nuevos planos.
Discrepo de Voltaire.
Pero Voltaire vale.
Jerome...

Leandro dijo...

Uf... Voltaire, me sobreestimas. Y no te creas que no te lo agradezco

Anónimo dijo...

Empezar un trabajo es llevar ya la mitad de él. En muchos de tus cuentos veo esa labor. Yo diría que tratas de echar abajo algunas cosas que la gente se toma muy en serio, pero que no son en verdad tan serias. En ese sentido, tus cuentos son no solo buenos, que lo son, sino útiles (y divertidos, pues toda ironía lo es).
Pero pienso esto: que pueden dejar perplejos a muchos. Es como si visitáramos un país lejano, una tribu, y les dijéramos a sus miembros: "todas estas cosas que creéis sagradas, el trabajo, la familia, la tierra, la alegría y el pan, no lo son". "Entonces -dirán ellos-, ¿qué es lo sagrado?". Si uno calla, una vez lo ha trastocado todo, lo normal es que le den de lado y vuelvan a su creencia anterior... Pero si uno se decide a hablar es entonces justamente cuando debe abandonar toda ironía, por más familiarizado que esté con ella.
La ironía también tiene sus reglas.

Leandro dijo...

Me sobreestimas, y cada vez más. Y yo te lo sigo agradeciendo, y cada vez más. Yo no trato de echar abajo nada, ni de indicar a nadie lo que no tiene importancia, y mucho menos, lo que sí la tiene. A mí, básicamente, me ocurre como a aquél personaje de Hugh Grant en no me acuerdo qué película: yo ni siquiera pienso, la mayor parte del tiempo sólo voy tirando.

En cuanto a la ironía, como ocurre con cualquier otra herramienta de la escritura, no tiene más reglas que las que uno se imponga. El sueldo que me pagan como escritor no es muy bueno, pero en este trabajo me permiten tomarme ciertas libertades.

Carlos Rubio. Economista. dijo...

El relato que nos deja Jerome parece digno de Ignatius J. Reilly, (necio e ironía a espuertas) menos disparatado, pero casi.
Me encanta la frase final: "...y no puedo tolerar que se me dé más de lo que deseo".

Leandro dijo...

Se da un aire, sí. Aunque a mí, personalmente, me ha gustado menos. Bastante menos. Si he recogido este pasaje es porque me ha sorprendido tanta afinidad; por un momento pensé que hablaba de mí

Carlos Rubio. Economista. dijo...

No creas que se refiere a tí, al menos no sólo a tí, me parece que la enfermedad está más extendida de lo que piensas, yo mismo advierto algunos de los síntomas que describe Jerome.

Leandro dijo...

¿Enfermedad? ¿Qué enfermedad?

Carlos Rubio. Economista. dijo...

Cierto, no puede llamar enfermedad al trabajo, o al gusto por el mismo, y menos en los tiempos que corren.

Leandro dijo...

yo hablaba más bien de lo contrario, pero me da que nos estamos perdiendo

Anónimo dijo...

Anda, esto ha cambiado!
Este es de los que dicen: "Si el trabajo es salud, viva la tuberculosis"

Leandro dijo...

Viva!

(algo me dice que no todos sois el mismo Anónimo)

Anónimo dijo...

Yo soy el anónimo cachondo e informal; pero me ha encantado el trajemaneje que llevas entre manos con el anónimo serio.

Leandro dijo...

El que él se lleva conmigo, más bien. Me ha dado una soberana paliza, hablando en términos estrictamente deportivos

Anónimo dijo...

Ha estado ameno.

Leandro dijo...

Tal vez para el espectador...

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