Librando pequeñas batallas con balas de fogueo

16 abril 2013

Hace unos meses, con ocasión del cambio de año, decidí incluir en mi socorrida lista de buenos propósitos el de salir del reducido círculo de los elogios que de forma generosa (de forma muy generosa) me prodigan familiares, amigos y otros simpatizantes virtuales, fundamentalmente a través de este blog, y hacer prácticas con fuego real.

El primer paso fue echarle cara al asunto y pedir consejos varios a un buen escritor, a un escritor de verdad, uno que no tiene nada de aficionado y mucho menos de perezoso. No diré su nombre para no desacreditarle en público. Porque, contra todo pronóstico, se tomó en serio mi consulta y me contestó de forma rápida y completa. Muy rápida y muy completa. Y francamente, alguien que se toma en serio a un tipo como yo, que pregunta cosas como las que yo le pregunté, podría llegar a verse gravemente desacreditado ante la opinión pública si el hecho trasciende. Así que, lo dicho: omitiré su nombre.

El caso es que, siguiendo su extensa lista de buenos consejos y valiosas indicaciones, que guardo (y guardaré) como oro en paño, hice un par de intentos con sendas editoriales.

La primera con la que probé adolecía de una cierta confusión de conceptos en materia mercantil. Allí no tenían del todo clara la diferencia entre proveedor y cliente. O sí, y entonces el asunto era aún más preocupante. Porque yo tenía la aspiración, entiendo que legítima, de ser su proveedor; ya saben, el tipo que les suministra algo (en este caso, escritos diversos) para que ellos, a su vez, lo manufacturen y lo vendan a sus clientes. Sin embargo, ellos querían que yo fuese su cliente: por un módico precio, me vendían mis textos cuidadosamente editados, encuadernados, empaquetados y puestos en mi domicilio, y yo me encargaría de venderlos a mis clientes; es decir, lector arriba, lector abajo, a la minoría selecta que suele frecuentar este blog. Tal vez pueda parecer que no hay gran diferencia entre una cosa y otra, pero, por pequeña que pueda ser, esa diferencia es importante para mí. Ya me referí en otra ocasión a ella (razón: aquí), así que no me voy a extender ahora sobre este particular. El caso es que, para ese viaje, no hacían falta tantas alforjas. Algo más de mil euros de alforjas, si no recuerdo mal.

El segundo intento fue mucho mejor. Me dijeron que no, por supuesto, faltaría más. Supongo que nadie albergará dudas al respecto. Pero fue un NO bastante gratificante. Para empezar, no fue un NO específico a lo que yo había escrito, sino más bien un NO de carácter general: el editor llevaba la editorial adelante prácticamente él sólo, tenía docenas de manuscritos pendientes de leer (y probablemente no llegaría a leerlos) y, además, normalmente no solían publicar relatos, que era de lo que se trataba. Y para seguir, el NO me lo dio el editor de primera mano. Claro ―diréis― si estaba solo, no tenía más remedio; pero lo cierto es que también podía haber omitido cualquier clase de respuesta y haberse ahorrado cinco minutos de su valioso tiempo. Y además, es cierto que fue un NO rápido, directo y sincero a más no poder; un NO en mayúsculas, como habréis podido comprobar, pero también correcto y estoy por decir que casi cálido. De hecho, lo guardo en el cofre de los tesoros virtuales, junto con los valiosos consejos e indicaciones a los que me refería al principio. No es por nada, pero algo me dice que estas cosas son lo mejor que voy a conseguir con toda esta historia.

En vista del éxito obtenido en el mundo editorial, decidí abandonar provisionalmente esa vía y probar con otra. Con los concursos literarios, en concreto. Y me he presentado a dos. Como lo oís.

Animado por los elogios, y olvidando por enésima vez que suelen venir motivados más por el afecto que por los méritos, agarré esta pequeña historia y la presenté a un concurso de microrrelatos. Un concurso modesto, sin grandes pretensiones. Un concurso idóneo, pensaba yo, para ser cabeza de ratón. Pensaba mal. No gané. Tampoco quedé entre los nueve finalistas. Sin embargo, puedo presumir de que mi pequeña historia fue seleccionada para su publicación en un libro junto con el ganador, los finalistas y los restantes relatos seleccionados a tal efecto. No está mal, diréis. Bueno, depende. Donde dice restantes debería haber puesto el número de relatos seleccionados. Eso hubiera sido lo más honesto, sí. Pero también lo más costoso. La lista era tan extensa que no me he visto capaz de contarlos. A ojo de buen cubero, yo diría que el número de relatos seleccionados era igual al número de relatos participantes, con un error de +/- 1. Siempre puede haber algún olvido, claro. Y encima, ahora me veo en la tesitura de tener que comprar el libro (lo llaman Antología) en el cual he tenido el honor de ser incluido, al módico precio de 11’95 €. Aunque, más que de tesitura, tal vez lo más correcto sería hablar de dilema. Y la solución al dilema, por ahora, es que no lo compro, aunque lo único seguro es que ya veremos o que cualquiera sabe.

Sí, dije dos concursos. No lo olvido. El otro sigue pendiente de fallo, y así seguirá hasta el mes de noviembre, si Dios quiere y el tiempo no lo impide. A éste me he presentado con un relato que terminé de escribir hace un par de semanas, tal vez tres, quizá cuatro. Un relato que, haciendo gala de mi proverbial y escrupuloso respeto por toda suerte de reglas, normas y bases, no podré presentar a ningún otro concurso ni publicar de ninguna forma, ni siquiera en este modesto rincón. Eso que ganáis, y no sólo en términos de tiempo. Se puede decir que, por ahora, se trata de un relato congelado. Como tantas y tantas cosas.

Seguiremos informando.

4 comentarios:

Carlos Rubio. Economista. dijo...

Qué te puedo decir que no esperes de un incondicional?.
Mi abuelo me dijo alguna vez que "nunca se escribe nada de los cobardes".Tú estás demostrando ser un valiente, te pones delante del toro e intentas hacer tu mejor faena, aseada, sincera....si luego te coge, seguro que habrá, al menos, una bonita crónica.

Leandro dijo...

Esta misma, aunque no sea tan bonita. Muchas gracias, incondicional. Te debo una cerveza: tú la eliges y yo la pago

Pues yo dijo...

Pero cómpralo hombre, para cuando seas premio Nobel!

Leandro dijo...

Digo yo que cuando sea premio Nobel la editorial, o los organizadores del concurso, o lo que sea, lo reeditarán y me regalarán un ejemplar, ¿no?

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